13.7.06

Carahue

Y anduve al fin en la tierra hermosa de Carahue,
En la tarde de sol cuando el reloj marcaba
Las alegrías de las cuatro de la tarde.
Un bello sol, respingado como un caballo de espuma,
Calentaba la calle;
Iban y venían los buses llevando a hombres, mujeres y niños
A los pueblos del interior.

Todo se sucedía como erupciones de historia,
Como brotan los dihueñes en el alto del pehuén,
Así los pueblos levantaban sus orgullos,
Su raigambre, su gesta épica transida de gloria.

Y yo miraba a Carahue como bullía de sueños,
Como levantaba su paz de niño triste,
Como jugueteaba en las orillas de su río,
Y sus aguas profundas como los ojos de mi hija
Al reír por la mañana, eran una ventana abierta
A todo lo bello de esta vida.

Y Carahue, sumido en su paz de poeta pueblerino,
Tenía una plaza, y la plaza quedaba cerca del cielo,
Allí donde el hombre construye sus cascadas,
Sus arco iris, sus dilemas, sus pasiones,
Porque a pesar de la dulzura de Carahue ,
En su alma se revolvía inquieta
La presencia de sus mocetones guerreros
Que aún luchan por su bosque,
Allá en la selva ardiendo a rebeldía;
Sus muchachos, sus hermosas mujeres,
Lanzaban su último alarido de batalla
En pos del medio día.

Y Carahue me daba pena,
Pues su plaza vestida de carnaval,
Con guirnaldas azules y juegos infantiles,
Y su tren de maqueta para atraer al turista,
Estaba todo representando al Carahue distinto
Al que ayer peleaba el sol, la selva,
La vega tortuosa, el pedernal filoso de la libertad.

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